Maneras de morir

Sí importa el modo en que un hombre se hunde

Publicación: 14/11/2014

He escrito una novela. Ahora. Antes hubo una película, claro, aunque no exactamente. Antes fue la novela. A la vez, quiero decir. Me explico...

Las relaciones entre cine y literatura y el modo en que un medio se vierte en el otro (y el otro en uno) son complejas y diversas. Un autor derrama su nobleza en unas cuartillas y lanza el libro acabado sobre la verja de una productora. Es uno de esos títulos que se reeditan con el cartel de la película envolviendo el texto, para que no lo compre ni el que disfruta leyendo (que no quiere libros con Julia Roberts en la cubierta) ni el que no (que no los quiere ni con ella). A veces sucede al revés, y todos damos por hecho que el resultado es aún peor: una película acaba en la imprenta gracias a la apresurada pluma de un escritor a sueldo que toma un guión aún caliente y lo espolvorea de adjetivos y descripciones. La cubierta recoge de nuevo el cartel de la película, el mundo sigue su marcha y la única diferencia apreciable es que ya no está bien decir: Me gustó más el libro. La dignidad reside en llegar primero. Pero mientras todos sabemos que Guerra y Paz y Las uvas de la ira tuvieron vidas saludables antes de convertirse en películas, muchos se sorprenden al conocer que 2001: una odisea espacial o El tercer hombre se escribieron después. El pasado y el futuro. El presente y el entretiempo de las camisas de manga larga y las chaquetas finas...

Sí importa el modo en que un hombre se hunde (Concursante, si a eso vamos) es un caso diferente. Diferente como tantos. Si bien Concursante se estrenó varios años antes de que Sí importa... se publicara, no existió antes de él. Ni después tampoco. La novela que llega ahora a las librerías nace, en cierto modo, del primer borrador del guión: un legajo de 185 páginas que acabó reducido a las 90 que la ley exige. Mientras reestructuraba el libreto, acortaba diálogos y exiliaba personajes, escribía por las noches una novela que hacía menos gravosa la poda y me permitía avanzar sin remordimientos. Novela y guión se concluyeron al tiempo, compartiendo cromosomas, aunque no duración ni traje. A menudo me preguntan: ¿Tendría Concursante más éxito si se reestrenara ahora? La respuesta es, naturalmente: No. Por si acaso, les presento ahora el libro, convenientemente revisado y sin Julia Roberts en la portada, para que les guste más que la película. Pueden preguntarme por él, si así gustan, dentro de unos años. Cuando vean el musical.

He aquí uno de sus capítulos, seleccionado así, sin pensar mucho, para este blog:

Es la boca del estómago en forma de rabia. Un sentimiento crispado que electriza mi piel de la peor manera y me carga de fuerza física de la peor clase. Tengo un agujero bajo el plexo solar, puedo sentir los demonios penetrando, alineándose con orden en un banquete lleno de facilidades: soy un receptor de radio y mi estómago emite su música favorita en mitad de la noche. Hay más demonios cuando muere la luz, en la soledad de la vigilia. Cuando otros duermen. Como un imán, atraigo la rabia y la autocompasión entregado al desvío del sufrimiento, alimento de quienes me observan desde el techo y sazonan a su gusto. Iluminado por un flexo que me aísla como una metáfora, trato de hacer cuentas incapaz de cuadrarme a mí mismo. Mientras, Laura duerme. Algo va mal. Algo va rematadamente mal y ni siquiera es algo solapado que verá la luz de forma dramática en el futuro: está claro qué va mal, cuál es nuestro problema y lo atrapados que estamos, lo atrapado que estoy, haga lo que haga. Pero aún no quiero ver nada, no estoy dispuesto a despertar y hacerme responsable de mi zozobra. Descargaré el peso en Pizarro delegando en él mi reacción. Pizarro hará lo que deba hacer, llamará a otros asesores, hará lo que quiera que hagan los abogados, hoy mismo; que sumerja su cuadrada cabeza en una pantalla, que consulte esos libros gruesos que empapelan sus paredes, que hable con los responsables fiscales del maldito concurso, que pida, exija y ruegue, si es necesario. Que intrigue, negocie renuncias, busque una salida. Que haga lo que deba hacer para que no tenga que hacerlo yo. Los abogados saben hacerlo. Sin alma, confiables. Los abogados saben hacerlo.
     Escucho a Pizarro a través del teléfono:
     –La hostia, señor Circo. Martín. Le puedo llamar Martín, ¿verdad? Tiene nombre de apellido, Martín, si me permite la franqueza. Y apellido de apellido, pero raro de la hostia. ¿Le puedo tutear? ¿Me permite que le tutee? Que te tutee, Martín. Tutee, joder. Señor Circo.
     Imagino a Pizarro en su despacho, ojeando una revista con los pies sobre la mesa, sin necesidad de concentrarse, simplemente abriendo la boca y dejando que la información autónoma que lo anima hable por él.
     –Yo me apellido Martín de segundo, como mi madre –continúa–, y como usted, que es Martín, Martín Circo Martín, tipo sándwich, ¿lo coge? Pero no sabía que también era nombre de pila, aunque, ¿por qué no? Y lo de Circo, premonitorio, ¿eh?: Circo, un circo, vamos al circo, esto es un circo, en menudo circo estamos metidos, etcétera. La hostia, Martín, la hostia. No queda bien que te tutee, ¿verdad?, no suena bien; voy a hablarle de usted, pero con Martín, que Circo me da vergüenza. ¿Qué quería, Martín? ¿Qué quería, entonces?
     –Ha llamado usted.
     –Qué cabrón, está a la que salta, ¿eh? Claro que sí, despierto de cojones, agarrando la situación por los huevos. Al grano, Martín, que el tiempo es oro y a mis hijos no los alimentan los lobos. ¿Sabe en qué podría gastarse los tres millones? En mí, por ejemplo. –Otra vez rompe a reír, como un sistema de megafonía averiado. Se rehace enseguida–. ¿Se acuerda usted de que tenía que pagar un cuarenta y siete coma seis por ciento de la escala general? Pues es mentira, Martín, tíreme usted de un huevo.
     –¿Buenas noticias? –pregunto, rezando para que la mancha de la radiografía sea un simple error de revelado.
     –Pues si es usted subnormal profundo, sí, y perdone la franqueza, pero a poco que razone se le va a cortar la regla. Tiene que añadir un ocho coma cuatro de la escala complementaria, ¿qué le parece? Cuarenta y siete coma seis más ocho coma cuatro: un puto cincuenta y seis por ciento. Ahora hablamos de un millón seiscientos ochenta mil euros para mayo del año que viene, ¿cómo se queda? ¿Martín? Martín, ¿está usted ahí?
     Mi vida desfila ante mis ojos como un tráiler. No tiene buena pinta.
     –Sí, no se preocupe, estaba pensando. ¿Y usted no sabía eso?
     –Un millón seiscientos ochenta mil euros brillantes como culo de mandril –prosigue, sin responder–, si me permite la expresión. De pequeño decía culo de Madrid porque me acababa de dar un golpe fuerte en la cabeza, pero ahora ya digo mandril. También decía formacia y semáfaro, pero ya digo mandril, culo de mandril. Uso la expresión para brillante y para rojo. Listo, ¿eh? Sin sumar el impuesto patrimonial.
     –¿Cómo impuesto patrimonial? ¿Qué impuesto patrimonial? ¿Qué pasa si sumamos el impuesto patrimonial?
     Me desabrocho un botón de la camisa. Respirar comienza a hacerse difícil.
     –Un lío, señor Circo, un puto lío, qué le voy a contar. Hay que aplicar una escala de porcentajes, y claro, como usted ni es economista ni es nada, si me permite la franqueza...
     Desabrocho otro botón, sólo como previsión.
     –Hábleme con claridad, Pizarro.
     –Eso es sarcasmo, ¿a que sí? Me encanta el sarcasmo. Lo cazo a la primera. ¡Zas! Yo soy muy bueno con el sarcasmo. Casi diez mil euros, Martín. –Desenvuelve una chocolatina y se la mete en la boca. Lo escucho, casi lo veo. Oigo como el envoltorio se pliega sobre sí mismo, como una funda–. Eso el primer año. Diez mil euros a sumar al millón seiscientos mil, claro. Y, el resto de años, más de treinta mil laureles de impuesto patrimonial. Cada año. Cada año, Martín, si no se deshace de nada, ¿me sigue? Así que vamos a tener que vender algunas cosillas. ¿A que sí?
     Lo escucho masticar... Masticar... Masticar...

Fonte: http://www.clubcultura.com/rodrigo-cortes-si-importa | El blog de Rodrigo Cortés