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quinta-feira, março 17, 2011

"a política ecológica é a política do futuro, também para a economia"

A OUTRA ENERGIA POSSÍVEL
Você os vê despontar em todos os lugares quando viaja nas rodovias da capital para Munique e o Sul, ou para Hannover ou para o Oeste: com o seu zumbido humilde, as pás dos grandes moinhos eólicos rompem o silêncio da zona rural alemã. Em todos os lugares, nas pequenas casas dos ricos bávaros ou nos grandes palácios pré-fabricados ao estilo soviético que o oeste de Berlim herdou do comunismo, você vê os painéis fotovoltaicos.
por Andrea Tarquini - La Repubblica
A energia renovável voa na Alemanha. Não só na Bolsa, em que, nas últimas horas, os títulos da Solarworld, Q-Cells, Nordex ou do banco de energias limpas da Siemens registraram um salto de 20% a 40%. Você a vê por trás de todos os cantos, tornou-se um fator constitutivo do cotidiano. A Alemanha conservadora de Angela Merkel, que diz "na dúvida, somos a favor da segurança" e para por pelo menos três meses sete dos seus 16 reatores, é também a potência econômica que, mais do que qualquer outra, se lançou a pensar e projetar estrategicamente o mundo novo da energia.
"A política ecológica é a política do futuro, também para a economia", explicou o ministro do Ambiente Norbert Roettgen, democrata-cristão como a chanceler. Os dados oficiais do seu gabinete, que nem as empresas nem os "verdes" contestam, falam claramente: a eficiência no uso das matérias-primas na economia alemã aumentou 46,8% entre 1994 e 2009, isto é, no mesmo período em que o PIB crescia 18,4%. Os custos do sistema econômico da Alemanha caíram 100 bilhões de euros. Justamente enquanto, paralelamente, o percentual de energia nuclear produzida caía de 27,3% em 1991 para uma cifra em torno dos 20% (até o fechamento dos sete reatores, decidido nesta terça-feira), e o das renováveis voava no mesmo arco de tempo de 3,2 para 17%. E só de 2004 a 2009 duplicou.
"O desligamento das sete centrais, decidido pelo governo, não deveria produzir contragolpes nem para a economia, nem para o consumidor, nem um aumento de tarifa, nem problemas de produção de eletricidade", explica Aribert Peters, da União dos Consumidores de Energia: depois da reviravolta de Merkel sobre a energia nuclear, os mercados, segundo ele, apostam em preços estáveis. Talvez tenham as suas razões: não esperem militantismo para o meio ambiente ou desejo de prados floridos na Bolsa de Frankfurt.
Para o sistema da Alemanha, explicam Dietmar Edler e Marlene O'Sullivan, em um relatório para o instituto econômico DIW, as energias renováveis alternativas tornaram-se um negócio. Assim como com as BMWs e as Mercedes, com os Airbus e os Eurofighters, aqui também o "made in Germany" é o melhor no mercado. De 2007 a 2009, os investimentos nas energias renováveis passaram de 11,4 para 20,4 bilhões de euros. O faturamento do setor, incluindo as exportações, está em 21 bilhões de euros. Portanto, em três anos, cresceu quase 40%. Também durante o 2009 da grande crise econômica e financeira internacional.
Fundos públicos e desagravos fiscais ajudam o crescimento. Uma produção de energia elétrica confiada em 100% nas renováveis é possível até 2050, diz o ministério de Roettgen, e o governo colocou o objetivo de chegar a 80%. "A maioria da centro-direita deveria fazer mais e não só fechar centrais antes de eleições difíceis", nota BaerbelHohn, uma das mais ouvidas líderes dos "verdes". Mas esconde apenas a satisfação sobre como a centro-direita e o establishment estão assumindo os valores constitutivos do movimento ecológico.
Consenso transversal não declarado, em nome dos números: enquanto os reatores nucleares alemães dão trabalho, segundo Gruenen, a cerca de 30 mil pessoas, os ocupados no setor das renováveis aumentou de 277 mil em 2007 aos cerca de 340 mil atuais. E continuarão a crescer longamente, antes que o setor se torne saturado como a siderurgia automobilística. "O adeus à energia nuclear poderá ser um processo longo – discutimos abertamente se serão precisos 10 ou 20 anos ou mais – mas é possível", pensa o líder dos "verdes" europeus, Daniel Cohn-Bendit.
Reportagem publicada no jornal La Reppublica, 16-03-2011.
Tradução: Moisés Sbardelotto
Fonte: IHU, 17/3/2011

terça-feira, janeiro 25, 2011

dominar a la naturaleza: el paradigma de la técnica capitalista

Crisis ecológica y lucha política: la alternativa ecosocialista

por Michael Lowy y Samuel González
Las distintas crisis que hoy enfrenta la humanidad a nivel mundial resultan de un mismo fenómeno: un sistema que transforma todo – la tierra, el agua, el aire que respiramos, la naturaleza, los seres humanos- en mercancía; que no conoce otro criterio que no sea la expansión de los negocios y la acumulación de beneficios para unos cuantos. El ecosocialismo es una reflexión crítica. Critica la ecología no anticapitalista, la ecología capitalista o reformista, que considera posible reformar el capitalismo, llegar a un capitalismo “verde” más respetuoso al medio ambiente. El ecosocialismo implica tambien una crítica profunda, una crítica radical de las experiencias y de las concepciones tecnocráticas, burocráticas y no ecológicas de construcción del socialismo.
[ecoportal.net] “Nada ha corrompido tanto a la clase obrera alemana como la idea de que se movía en el sentido de la corriente. Consideraba los desarrollos tecnológicos como el sentido de la corriente en el que avanzaba. De ahí no había más que un paso hasta la ilusión de que el trabajo fabril que supuestamente tendía al progreso tecnológico constituía un logro político” – Walter Benjamin.
Durante siglos cada sociedad ha desarrollado un complejo y particular entramado de relaciones con la naturaleza. De entre los distintos vehículos que ha establecido la humanidad en su relación con la naturaleza, la técnica, sin duda alguna, es una pieza angular al ser ésta la encargada de delimitar y modelar, a través de instrumentos y relaciones sociales, la dinámica con la cual cada cuerpo social se apropia y se relaciona con la naturaleza, y a su vez consigo mismo.
Cada conjunto de relaciones que la humanidad establece con la naturaleza proyecta, a su vez, cada fracción de las relaciones humanas establecidas en la sociedad. Dentro de este complejo cosmos, existe igualmente un sistema de ideas, encargado de justificar la dinámica social, las cuales constituyen una serie de estructuras mentales que modelan la forma de concebirnos frente a la naturaleza y frente a nosotros mismos.
En este sentido es que la modernidad inauguraría un curso completamente radical para construir y conceptualizar dicha relación. La sociedad industrial moderna trataría de modelar el medio ambiente a imagen y semejanza suya, para lo cual el desarrollo de la técnica se convertiría en esa promesa efectiva para la realización del paraíso industrial.
De esta forma, la libertad moderna en la sociedad capitalista fue concebida como dominación de lo natural en contraposición a las contingencias del ambiente. Para poder liberarse había que descubrir y dominar a la naturaleza -este ha sido precisamente el paradigma de la técnica capitalista y lo que tiene como consecuencia la degeneración de la ciencia que opera bajo los parámetros de la ganancia-.
La subsunción de la modernidad al orden del capital conjuraría las aspiraciones modernas condenándolas a la lógica de la valorización de valor, a su racionalidad puramente instrumental. La aspiración moderna de construir nuestra propia historia quedaría sellada dentro de las promesas formales del Estado, la ciudadanía y la propiedad, las cuales promoverían una supuesta sociedad democrática en donde todos seriamos iguales y en donde todos tendríamos el derecho a ser poseedores. Sin embargo la realidad haría evidente que son las minorías, dueñas del capital, las que decidirían por las mayorías, evidenciando cómo es que la sociedad capitalista tiene, como punto de partida para su estructuración al individuo, pero no cualquier individuo sino aquel que es propietario de los medios de producción.
La sociedad capitalista ha instaurado una dinámica presidida por el deseo de dominar la naturaleza mediante la técnica, convirtiéndola en una mercancía más que podría contribuir a de la acumulación privada de capital. En esa medida, la lógica de las sociedades capitalistas constituye una relación con la naturaleza que expresa la enajenación del ser humano, extrañado de sí mismo y de la naturaleza, a la cual enfrenta como externalidad que le repele. El metabolismo naturaleza-humanidad trascurre así en una dinámica de destrucción y degeneración, de caos y vaciamiento. Por supuesto esta situación está llegando a su límite.
Las distintas crisis que hoy enfrenta la humanidad a nivel mundial resultan de un mismo fenómeno: un sistema que transforma todo – la tierra, el agua, el aire que respiramos, la naturaleza, los seres humanos- en mercancía; que no conoce otro criterio que no sea la expansión de los negocios y la acumulación de beneficios para unos cuantos. Sin embargo, este conjunto de crisis son aspectos interrelacionados de una crisis más general, la crisis de la moderna civilización industrial.
Hoy, sin embargo, el proceso de devastación de la naturaleza, de deterioro del medio ambiente y de cambio climático se ha acelerado a tal punto que no estamos discutiendo más sobre un futuro a largo plazo. Estamos discutiendo procesos que ya están en curso, la catástrofe ya comenzó, esta es la realidad y estamos en una carrera contra el tiempo para intentar frenar y contener este proceso desastroso.
¿Cuáles son las señales que muestran el carácter cada vez más destructivo del proceso de acumulación capitalista a escala global? El más obvio, y peligroso, es el proceso de cambio climático; un proceso que resulta de los gases de efecto invernadero emitidos por la industria, el agro-negocio y el sistema de transporte existentes en las sociedades capitalistas modernas. Este cambio tendrá como resultado no sólo el aumento de la temperatura en todo el planeta, sino también la desertificación de tierras, problema que en la actualidad tiene efectos devastadores sobre la población del tercer mundo, la elevación del nivel del mar, la desaparición de ciudades enteras –Hong-Kong, Río de Janeiro– debajo del océano y la desaparición de ecosistemas enteros. Todo ello nos acerca fatalmente a lo que probablemente será la sexta mega extinción de la vida sobre el planeta Tierra.
Todo esto no resulta del exceso de población, como dicen algunos, ni de la tecnología en sí abstractamente, ni tampoco de la mala voluntad del género humano. Se trata de algo muy concreto: de las consecuencias del proceso de acumulación del capital, en particular de su forma actual, de globalización neoliberal que ha descansado sobre la hegemonía del imperio norteamericano. Este es el elemento esencial, motor de este proceso y de esta lógica destructiva que corresponde a la necesidad de expansión ilimitada –aquello que Hegel llamaba “mal infinito”- de un proceso infinito de acumulación de negocios, acumulación de capital que es inherente a la lógica del capital.
Luego, la cuestión que se coloca es la necesidad de una alternativa que sea radical. Las alternativas de soluciones “moderadas” se revelan completamente incapaces de enfrentar este proceso catastrófico. El llamado Protocolo de Kioto tiene alcances muy limitados, casi infinitamente limitados del que sería necesario, y aún así, el gobierno norteamericano, principal contaminador, campeón de la contaminación planetaria, se rehúsa a firmarlo.
El Protocolo de Kioto, en realidad, propone resolver el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero a través del llamado “mercado de los derechos de contaminación”: Las empresas que emiten más CO2 van a comprar otras, que contaminan menos, derechos de emisión. ¡Esto sería la solución del problema para el efecto invernadero! Obviamente, las soluciones que aceptan las reglas del juego capitalista, que se adaptan a las reglas del mercado, que aceptan la lógica de expansión infinita del capital, no son soluciones y son incapaces de enfrentar la crisis ambiental –una crisis que se transforma, debido al cambio climático, en una crisis de sobrevivencia de la especie humana-.
La conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de diciembre de 2009 fue el ejemplo más clamoroso de la incapacidad -o de la falta de interés- de las potencias capitalistas para enfrentar el dramático desafío del calentamiento global. La montaña de Copenhague desenmascaró el engaño: se trató de una miserable “declaración política” sin ningún compromiso concreto y cifrado únicamente en la reducción de las emisiones con efecto invernadero; y el peligro de que este mismo fenómeno se repita en Cancún este mismo año es inminente.
Necesitamos pensar, por lo tanto, en alternativas radicales que se coloquen en otro horizonte histórico, más allá del capitalismo, más allá de las reglas de acumulación capitalista y de la lógica de lucro de mercancías. Como una alternativa radical es aquella que va a la raíz del problema, que es el capitalismo; esa alternativa es, para nosotros, el ecosocialismo: una propuesta estratégica que resulta de la convergencia entre la reflexión ecológica y la reflexión socialista.
Existe hoy a escala mundial una corriente ecosocialista, hay un movimiento ecosocialista internacional que recientemente, por ocasión del Foro Social Mundial de Belem (enero de 2009) publicó una declaración sobre el cambio climático, la cual formó parte del extenso y rico universo de protesta en Copenhague y lo seguirá haciendo en ocasión de la COP 16 en México.
El ecosocialismo es una reflexión crítica. En primer lugar, crítica la ecología no anticapitalista, la ecología capitalista o reformista, que considera posible reformar el capitalismo, llegar a un capitalismo “verde” más respetuoso al medio ambiente. De este modo, el ecosocialismo implica una crítica profunda, una crítica radical de las experiencias y de las concepciones tecnocráticas, burocráticas y no ecológicas de construcción del socialismo. Eso nos exige también una reflexión crítica sobre la herencia marxista en el campo de la cuestión del medio ambiente.
Muchos ecologistas critican a Marx por considerarlo un productivista. Tal crítica nos parece completamente equivocada: al hacer la crítica del fetichismo de la mercancía, es justamente Marx quien coloca la crítica más radical a la lógica productivista del capitalismo, la idea de que la producción de más y más mercancías es el objeto fundamental de la economía y de la sociedad.
El objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes, pero sí reducir la jornada de trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar de la vida política, estudiar, jugar, amar. Por lo tanto, Marx proporciona las armas para una crítica radical del productivismo y, notablemente, del productivismo capitalista. En el primer volumen del El Capital, Marx explica cómo el capitalismo agota no sólo las fuerzas del trabajador, sino también las propias fuerzas de la tierra, agotando las riquezas naturales. Así, esa perspectiva, esa sensibilidad, está presente en los escritos de Marx, sin embargo no ha sido suficientemente desarrollada.
Desde esta perspectiva el reto ecológico que enfrentan las clases subalternas es precisamente lograr subvertir eso que Marx criticó: la lógica individualista y enajenante del capital, la fetichización de la mercancía, con el objetivo de erradicar la cosificación del sujeto y de la naturaleza, logrando sentar las bases para la construcción de una nueva lógica para esta relación. Por ello, es necesario construir una crítica radical a la técnica capitalista, lo cual implica comprender que son también los instrumentos técnicos portadores de la dinámica de devastación ecológica, y ello exige reinventar no sólo las relaciones sociales en torno a los instrumentos sino a los instrumentos mismos.
Esta visión asume conscientemente que las fuerzas productivas existentes no son neutras: ellas son capitalistas en su dinámica y su funcionamiento, y por lo tanto son destructoras de la salud de las personas, así como del medio ambiente. La propia estructura del proceso productivo, de la tecnología y de la reflexión científica al servicio de la tecnología mercantil y de ese aparato productivo, se encuentran enteramente impregnadas por la lógica del capitalismo y conduce inevitablemente a la destrucción de los equilibrios ecológicos del planeta que son completamente incompatibles con los ciclos infernales del capital.
Lo que se necesita, por consiguiente, es una visión mucho más radical y profunda de lo que debe ser una revolución socialista. Se trata de transformar no sólo las relaciones de producción y las relaciones de propiedad, sino la propia estructura de las fuerzas productivas, la estructura del aparato productivo. Esto es, en nuestra concepción, una de las ideas fundamentales del ecosocialismo.
Hay que aplicar al aparato productivo la misma lógica que Marx pensaba para el aparato de Estado a partir de la experiencia de la Comuna de Paris, cuando el dijo lo siguiente: los trabajadores no pueden apropiarse del aparato del Estado burgués y usarlo al servicio del proletariado, no es posible, porque el aparato del Estado burgués nunca va a estar al servicio de los trabajadores. Entonces, se trata de destruir ese aparato de Estado y crear otro tipo de poder.
Esa lógica tiene que ser aplicada también al aparato productivo: el cual tiene que ser, sino destruido, al menos radicalmente transformado. Este no puede ser simplemente apropiado por las clases subalternas, y puesto a trabajar a su servicio, pues necesita ser estructuralmente transformado. A manera de ejemplo, el sistema productivo capitalista funciona sobre la base de fuentes de energía fósiles, responsables del calentamiento global ­el carbón y el petróleo– de modo que un proceso de transición al socialismo solo sería posible cuando hubiera la sustitución de esas formas de energía por energías renovables, que son el agua, el viento y, sobre todo, la energía solar.
Por eso, el ecosocialismo implica una revolución del proceso de producción, de las fuentes energéticas. Es imposible separar la idea de socialismo, de una nueva sociedad, de la idea de nuevas fuentes de energía, en particular del sol – algunos ecosocialistas hablan del comunismo solar, pues entre el calor, la energía del Sol y el socialismo y el comunismo habría una especie de afinidad electiva.
Es por ello que en la actualidad los movimientos sociales tienen la necesidad de repensar la relación humanidad-naturaleza, teniendo presente que un cambio radical para esta relación debe contemplar una transformación no sólo en la forma de concebir el proceso productivo, pues una nueva forma de relacionarnos implica, necesariamente, una nueva técnica cuya lógica debe construirse desde la comunidad y para los intereses de esta, los cuales deben contemplar conscientemente la preservación de la vida en el planeta.
Pero un cambio radical a favor de la preservación de la vida en el planeta debe ser un cambio social, democrático y comunitario. Y para esto es primordial hacer estallar la cárcel de la valorización de valor, localizada precisamente en la propiedad privada de los medios de producción y la mercantilización del mundo social y natural, lo cual se expresa en la gestión privada y autoritaria de la sociedad y la naturaleza.
La dinámica capitalista de devastación ecológica tiene no sólo el vehículo de la técnica, sino también el de la propiedad privada que articula un sistema fundamentado en la gestión privada y enajenada de los recursos. Esto exige un cambio radical en la propiedad y gestión de los recursos que debe avanzar, como lo ejemplifican las luchas en América Latina, hacia la perspectiva de gestión comunitaria y territorial de los recursos.
Pero no basta tampoco transformar el aparato productivo y los modelos de propiedad, es necesario transformar también el patrón de consumo, todo el modo de vida en torno al consumo, que es el patrón de capitalismo basado en la producción masiva de objetos artificiales, inútiles, y peligrosos. La lista de productos, mercancías y actividades empresariales que son inútiles y nocivas a los individuos es inmensa. Tomemos un ejemplo evidente: la publicidad. La publicidad es un desperdicio monumental de energía humana, trabajo, papel, árboles destruidos para gasto de papel, electricidad etc., y todo eso para convencer al consumidor de que el jabón “X” es mejor que el jabón “Y” –es un ejemplo evidente del desperdicio capitalista-.
Por eso se trata de crear un nuevo modo de consumo y un nuevo modo de vida, basado en la satisfacción de las verdaderas necesidades sociales que es algo completamente diferente de las presuntas y falsas necesidades producidas artificialmente por la publicidad capitalista. De ello se desprende pensar la revolución ecosocialista como una revolución de la vida cotidiana, como una revolución por la abolición de la cultura del dinero impuesta por el capitalismo.
Una reorganización del conjunto de modo de producción y de consumo es necesaria, basada en criterios exteriores al mercado capitalista: las necesidades reales de la población y la defensa del equilibrio ecológico. Esto significa una economía de transición al socialismo, en la cual la propia población – y no las “leyes de mercado” o un Buró Político autoritario- decidan, en un proceso de planificación democrática, las prioridades y las inversiones.
Esta transición conduciría no sólo a un nuevo modo de producción y a una sociedad más igualitaria, más solidaría y más democrática, sino también a un modo de vida alternativo, una nueva civilización ecosocialista más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo artificialmente inducidos por la publicidad, y de la producción al infinito de mercancías inútiles.
Podríamos quedarnos sólo en eso, pero seremos criticados como utópicos, los utópicos son aquellos que presentan una bella perspectiva del futuro, y la imagen de otra sociedad, lo que es obviamente necesario, pero no es suficiente. El ecosocialismo no es sólo la perspectiva de una nueva civilización, una civilización de la solidaridad- en el sentido profundo de la palabra, solidaridad entre los humanos, pero también con la naturaleza-, es también una estrategia de lucha, desde ya, aquí y ahora. No vamos a esperar hasta el día en que el mundo se transforme, no, nosotros vamos a comenzar desde ya, ahora, a luchar por esos objetivos.
Así, el ecosocialismo es también una estrategia de convergencia de las luchas sociales y ambientales, de las luchas de clases y de las luchas ecológicas, contra el enemigo común que son las políticas neoliberales, la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el imperialismo americano y el capitalismo global. Este es el enemigo común de los dos movimientos, el movimiento ambiental y el movimiento social. No se trata de una abstracción.
Contrario a lo que muchos quisieran, la crisis ecológica actual es un problema de lucha de clases, pues la dinámica que ha producido esta catástrofe es el resultado de una estructura social en donde las minorías deciden cómo es que se gestiona la industria y en general la producción social en función de interés privados, por eso nuestras estrategias de lucha deben tener presente este aspecto.
La crisis de civilización, dentro de la cual el problema ecológico es central, debe solucionarse a favor de las mayorías y de la vida en el planeta, pero esto no podrá ocurrir sin la organización y la acción política de las clases subalternas. Una respuesta popular a los conflictos globales de la humanidad sólo podrá articularse mediante una sólida acción política por parte de las mayorías, que pretenda no sólo resistir sino avanzar en la construcción de otra sociedad y de otra forma de relacionarnos con la naturaleza.
Hasta ahora las experiencias de lucha son invaluables. Frente a la ofensiva depredadora del capital hemos asistido al nacimiento de distintas muestras de resistencia fundamentadas en la organización popular. No debemos perder de vista que la lucha ecológica ha logrado consolidarse gracias a su amplitud y pluralidad, en donde se mezclan y entrecruzan distintas concepciones y prácticas culturales de los distintos pueblos del mundo.
La experiencia de la lucha indígena en América Latina es uno de los ejemplos más avanzados. En Bolivia, por ejemplo, desde hace años miles de indígenas lograron irrumpir en la escena política en defensa de las condiciones sociales, la preservación del territorio y la conservación de los recursos. Esta lucha ha logrado evolucionar hasta cuestionar los fundamentos sobre los cuales el Estado está organizado en su país, exigiendo su refundación partiendo del reconocimiento a los diversos grupos indígenas y procurando la conservación de la naturaleza.
En América Latina la lucha ecológica de los campesinos e indígenas, en donde también han participado de manera protagónica estudiantes, mujeres y obreros, se ha convertido rápidamente en una lucha política, de esta manera las luchas por el bienestar comunitario y la lucha por la preservación de los recursos y el respeto a la naturaleza son simultáneas e indisolubles.
La crisis ecológica actual, agudizada por el estallido económico de 2008, ha precipitado las condiciones de lucha política, revelando la conexión estructural entre el conjunto de problemas sociales a nivel mundial y la lógica de la sociedad capitalista. Las respuestas que demos, en esa medida, deben poseer la fuerza y determinación necesarias para cuestionarlo todo, para enfrentar a los gobiernos del capital y sobrepasarlos con poder popular.
La respuesta de las y los explotados y oprimidos del mundo a la crisis ecológica ha evolucionado considerablemente. Muestra de ello, es la reciente Cumbre de los Pueblos sobre el Cambio Climático y la Defensa de la Madre Tierra realizada en Cochabamba (Bolivia), con la participación de 30.000 delegados indígenas, campesinos, sindicales, ecologistas, de América Latina y de todo el planeta, que denunció claramente al capitalismo como responsable del calentamiento global; así como la última sesión plenaria de la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales en México, en donde las conclusiones relacionan directamente la lucha en contra de la devastación ecológica con la necesidad de luchar por un cambio social. Las luchas sociales en contra de la crisis ecológica del capitalismo, a nivel mundial, confirman que una lucha coherentemente ecológica es consecuentemente una lucha anticapitalista, una lucha por una revolución social.
Como estas, hay muchas otras luchas, sea en Francia, India o México y en otros países del mundo entero, en donde cada vez más se da esa convergencia. Pero ella no ocurre espontáneamente, tiene que ser organizada conscientemente por los militantes, por las organizaciones. Es necesario construir una estrategia de lucha que haga converger a las luchas sociales con las luchas ecológicas. Esta nos parece ser la respuesta al desafío, la perspectiva radical de una transformación revolucionaria de la sociedad más allá del capitalismo.
Sabiendo que el capitalismo no va a desaparecer como víctima de sus contradicciones, como dicen algunos supuestos marxistas, ya un gran pensador marxista de comienzos del siglo XX, Walter Benjamin, decía que, si tenemos una lección que aprender es que el capitalismo no va a morir de muerte natural, será necesario acabar con él… Necesitamos de una perspectiva de lucha contra el capitalismo, de un paradigma de civilización alternativo, y de una estrategia de convergencia de las luchas sociales y ambientales, desde ahora plantando las semillas de esa nueva sociedad, de ese futuro, plantando semillas del ecosocialismo. www.ecoportal.net
(*) Michael Lowy y Samuel González – Revista Memoria (México) – http://rebelion.org/
Artigo socializado pelo ecoportal.net e publicado pelo EcoDebate, 25/01/2011

domingo, janeiro 23, 2011

Capitalismo: a violência de transformação da Natureza

A degradação entrópica autorizada pela capitalização da natureza (RECORTES DE LEITURAS III)
Na Antiguidade, o labor exercia-se na oikia ou casa, onde se reconhecia o governo de um só; era o reino da necessidade, ligado às exigências da condição animal do homem, com alimentar-se, repousar, procriar. Era, portanto, a esfera privada (de privus, estar privado de), em que o homem, como animal laborans, buscava os meios necessários à sobrevivência. O labor tinha a ver com o processo ininterrupto da produção de bens de consumo, isto é, daqueles bens que eram integrados ao corpo após a sua produção e que não tinha permanência no mundo. Na casa, o anseio de sobrevivência dominava de tal forma que a vida era limitada ao seu próprio processo biológico.
Os cidadãos tinham o privilégio de libertar-se dessa condição, exercendo na polis sua atividade. Assim, só os cidadãos exerciam a ação. O labor era visto com desprezo. Arendt (2001, p.91) declara:
O desprezo pelo labor, originalmente resultante da acirrada luta do homem contra a necessidade e de uma impaciência não menos forte em relação a todo esforço que não deixasse qualquer vestígio, qualquer monumento, qualquer grande obra digna de ser lembrada generalizou-se à medida em que as exigências da vida na polis consumiam cada vez mais o tempo dos cidadãos [...]
O governo de um só, típico da esfera privada, era incompatível com a esfera pública. Nela se reconhecia o governo de muitos. O cidadão era visto como um igual entre iguais e, na esfera pública, sua atividade era fruto de uma pluralidade.
Entre a ação e o labor se achava o trabalho, dominado pela relação meio e fim, com objetivo previsível à criação do bem de uso – produto inconsumível. Ao contrário do labor, esse produto adquire permanência no mundo. “Em outras palavras, contra a subjetividade dos homens ergue-se a objetividade do mundo feito pelo homem”.[1] Conforme sintetiza Arendt (2001, p.15), distinguindo e caracterizando cada uma das atividades marcantes do homem:
O labor é a atividade que corresponde ao processo biológico do corpo humano, cujos crescimento espontâneo, metabolismo e eventual declínio tem a ver com as necessidades vitais produzidas pelo labor no processo da vida. A condição humana do labor é a própria vida.
O trabalho é a atividade correspondente ao artificialismo da existência humana, existência esta não necessariamente contida no eterno ciclo vital da espécie, e cuja mortalidade não é compensada por este último. O trabalho produz um mundo “artificial” de coisas, nitidamente diferente de qualquer ambiente natural. Dentro de suas fronteiras habita cada vida individual, embora esse mundo se destine a sobreviver e a transcender todas as vidas individuais. A condição humana do trabalho é a mundanidade.
A ação, única atividade que se exerce diretamente entre os homens sem a mediação das coisas ou da matéria, corresponde à condição humana da pluralidade, ao fato de que os homens, e não o Homem, vivem na Terra e habitam o mundo. Todos os aspectos da condição humana tem alguma relação com a política; mas esta pluralidade é especificamente a condição – não apenas a conditio sine qua non, mas a conditio per quam – de toda vida política. Assim, o idioma dos romanos – talvez o povo mais político que conhecemos – empregava como sinônimas as expressões “viver” e “estar entre os homens” (inter homines esse), ou “morrer” e “deixar de estar entre os homens” (inter homines esse desinere).
Adeodato (1989, p.119), tratando da diferença entre labor e trabalho, afirma verbis:
Através da fabricação o ser humano se converte em homo faber e adquire suas características especificas, já que enquanto meramente trabalha ele nada mais é que o animal mais desenvolvido do planeta. Então, o primeiro aspecto essencial do homo faber é produzir objetos que, juntos, constituem o mundo humano.
 A vita activa vinculada ao trabalho – atividade do homo faber -, relaciona-se diretamente à destruição do meio ambiente e à criação de novo ambiente. Tal análise perpassa toda a obra “Condição humana” de Arendt (2001, p.149-180), embora encontre especial ênfase no Capitulo IV – Trabalho. Conforme destaca Arendt (2001), no trabalho há sempre um elemento de violência à natureza. A transformação dos recursos consiste em reificação.[2]
O animal laborans que, com o próprio corpo e a ajuda de animais domésticos, nutre o processo da vida, pode ser o amo e senhor de todas as criaturas vivas, mas é ainda servo da natureza e da terra; só o homo faber se porta como amo e senhor da terra. Como a sua produtividade vista à imagem de um Deus Criador – de sorte que, enquanto Deus cria ex nihilo, o homem cria a partir de determinada substância -, a produtividade humana, por definição, resultaria fatalmente numa revolta prometéica, pois só pode construir um mundo humano após destruir parte da natureza criada por Deus (ARENDT: 2001, p.15).
A sensação da violência de transformação da Natureza coloca o Homem na posição de ser supremo da criação e não de mera criatura servil. O trabalho passa a gerar satisfação, ao contrário do labor que produz desprezo (ARENDT: 2001, p.153).
Outro aspecto destacado refere-se à durabilidade das coisas feitas pelo homo faber. Essa durabilidade permite que as coisas do mundo tenham uma “relativa independência dos homens que as produziram e as utilizam, a ‘objetividade’ que os faz resistir, ‘obstar’ e suportar, pelo menos durante algum tempo, as vorazes necessidades de seus fabricantes e usuários” (ARENDT, 2001, p.150).
O homo faber é o construtor do mundo; por isso, a condição da existência humana que corresponde ao trabalho é a mundanidade. Conforme Arendt (2001, p.152), a palavra “faber” relaciona-se com a palavra latina facere, no sentido de produção. O animal laborans não afeta de forma significativa a Natureza; já o homo faber, sim.
A reificação, termo costumeiramente usado por Arendt (2001, p.156), destaca o fato de que o homem dissocia o produzir, que lhe é próprio, do produto, de tal modo que o pode conhecer, tornando-o objeto da sua consciência:
[...] o labor também produz para o fim de consumo, mas como esse fim, a coisa a ser consumida, não tem permanência mundana dos produtos do trabalho, o fim do processo não é determinado pelo produto final e sim pela exaustão do “labor power”, enquanto que, por outro lado, os próprios produtos imediatamente voltam a ser meios de subsistência e reprodução do “labor power”. No processo de fabricação, ao contrário, o fim é indubitável: ocorre quando algo inteiramente novo, com suficiente durabilidade para permanecer no mundo como unidade independente, é acrescentado ao artifício humano.
Conforme assinala Arendt (2001, p.156), no processo do homo faber há a instrumentalização da Natureza e do Mundo, na clara distinção entre meios e fins:
A coisa fabricada é um produto final no duplo sentido de que o processo de produção termina nela (“o processo desaparece no produto”, como dizia Marx), e de que é apenas um meio para produzir esse fim.
O trabalho, portanto é inteiramente dominado pela categoria de meios e fins. O trabalho se distingue das outras atividades da vita activa porque tem um fim definido e previsível, enquanto a ação, embora tenha um começo, não tem um fim previsível. O labor, por sua vez, “prezo, à engrenagem do movimento cíclico do processo vital do corpo, não tem começo nem fim” (ARENDT, 2001, p.156). Daí a grande confiabilidade do trabalho; o processo de fabricação não é irreversível. Nesse sentido, Arendt afirma que:
O homo faber é realmente amo e senhor, não apenas porque é o senhor ou se arrogou no papel de senhor de toda a natureza, mas porque é o senhor de si mesmo e de seus atos. Isto não se aplica ao animal laborans, sujeito às necessidades de sua existência, nem ao homem de ação, que sempre depende de seus semelhantes. A sós, com a imagem do futuro produto, o homo faber pode produzir livremente; e também a sós, contemplando o trabalho de suas mãos, pode destruí-lo livremente.
O homo faber reduz a “natureza e o mundo a simples meios, privando-os de sua dignidade independente”. A verdade é que o significado do mundo, meio para a construção de um novo mundo, acaba tornando-se um objeto sem valor, pela infindável cadeia de meios e fins que se forma no processo de fabricação:
“Se o homem-usuário é o mais alto de todos os fins, “a medida de todas as coisas”, então não somente a natureza, que o homo faber vê como material quase “sem valor” sobre o qual ele trabalha, mas até mesmo as coisas “valiosas” tornam-se simples meios, e, com isto, perdem seu próprio “valor” intrínseco”. (ARENDT: 2001, p.169).
Na visão antropocêntrica da Natureza, a mesma é instrumentalizada, perdendo o seu valor intrínseco, pois passa a ser sempre meio. Arendt (2001, p.169) afirma:
Na medida em que é homo faber, o homem “instrumentaliza”; e este emprego das coisas como instrumentos implica em rebaixar todas as coisas à categoria de meios e acarreta a perda do seu valor intrínseco e independente; e chega um ponto em que não somente os objetos da fabricação, mas também “a terra em geral e todas as forças da natureza” - que evidentemente foram criadas sem o auxílio do homem e possuem uma existência independente do mundo humano – perdem seu “valor por não serem dotadas de reificação resultante do trabalho”.
Conforme destaca Arendt, esse problema da instrumentalização do mundo, não se constitui em novidade contemporânea, já havendo tal preocupação no berço da filosofia ocidental – a Grécia. Citando o famoso argumento de Platão contra o dito de Protágoras[3], de que – o homem é a medida de todas as coisas de uso, da existência das que existem e da inexistência das que não existem. Arendt (2001, p.11) destaca que Platão “percebeu desde logo que quando se faz do homem a medida de todas as coisas de uso está-se correlacionando o mundo com o homem-usuário e fazedor de instrumentos [...] E como é da natureza do homem-usuário e fabricante de instrumentos ver em tudo um meio para um fim – ver em cada árvore determinado potencial de madeira -, isto, fatalmente significaria fazer do homem não só a medida de todas as coisas cuja existência dele depende, mas de literalmente tudo o que existe”.
A fase ecológica do capital e a valoração do bem ambiental
A emergência do movimento ambientalista e o choque do petróleo, ao final dos anos 1960 e 1970, respectivamente, fizeram da energia dos recursos naturais e do ambiente em geral um tema de importância econômica, social e política, eclodindo o debate da questão ambiental. Cresce substancialmente o volume de trabalhos e pesquisas sobre as inter-relações entre economia e ambiente realizados tanto por economistas quanto por não-economistas.
A crítica ambiental fez com que a teoria econômica estabelecida se visse na necessidade de incorporar a problemática ambiental e o desenvolvimento sustentável (DS) em seus arcabouços teóricos. Esta necessidade de tratamento da temática ambiental pela teoria econômica deveu-se ao fato de que a crítica ambiental desenvolvida no início a partir das questões surgidas nos campos das ciências físicas e biológicas veio progressivamente estendendo-se para a análise do funcionamento do sistema econômico, por ser este o elemento gerador dos problemas ambientais e alvo das críticas.
Cientistas de diversas formações e especialidades – incluindo os economistas – envolvidos com questões ambientais, ecológicas e energéticas vieram ao longo do tempo desenvolvendo análises do funcionamento da economia em sua relação com os recursos ambientais, utilizando-se para isso dos arcabouços conceituais de seu domínio próprio. Com isso, o desenvolvimento da crítica ambiental faz-se articulado à construção de um campo próprio de análise do sistema econômico, baseado nas ciências naturais, o qual por sua vez veio produzindo abordagens e resultados diferenciados (e mesmo divergentes) dos encontrados pelas teorias econômicas convencionais.
O propósito de integração analítica dos componentes do sistema econômico com os do sistema ambiental, tentando compreender seu funcionamento comum, foi apresentado pela Economia Ecológica. Conforme Constanza (1994: 111), essa nova abordagem transdisciplinar procura distinguir-se da economia quanto da ecologia convencional.[4] Ainda que essa integração seja possível e em processo de conceptualização, a ecologia do capitalismo nos parece uma integração dos constrangimentos ecológicos na lógica capitalista.[5]
A guerra implacável a que se entregam os empreendedores capitalistas, com interesses individuais em investir em técnicas cada vez mais competitivas que permitam produzir em escala maior, a custos menores, tem seu preço quanto a exploração dos recursos naturais evidenciado na degradação e insustentabilidade dos processos de exploração da natureza sem atenção ao equilíbrio dos ecossistemas.
Essa nova “contradição”, considerada como um troco ou “paga do meio ambiente” é o custo crescente de produção, que só acentua a tendência à baixa das taxas de lucro. Acrescentemos a essa característica outras razões que pouco enobrecem o crescimento, ou geração da demanda fenomenal, que as grandes economias ocidentais tiveram desde a Segunda Guerra Mundial, até meados da década de 1970:
a)     A natureza dos bens colocados no mercado, que têm tanto mais utilidade social quanto mais desigualmente repartidos forem; e eles perdem seus valores significativos ao estarem ao alcance de todos.
b)     A diminuição de vida dos bens de consumo, que ainda são chamados de “duráveis”, passam a durar bem menos tornando forte a demanda de renovação, concorrendo para isso a utilização de novas técnicas, mais eficientes.
c)     Os recursos que compõem o meio ambiente perdem paulatinamente sua longevidade.
A necessidade de assegurar uma demanda suficiente e a “fuga para frente” acelerando a produtividade demonstra acentuar decisivamente a crise ecológica[6], e para produzir os mesmos valores de uso, os custos parecem ser ainda maiores doravante. O capitalismo de crescimento atingiu certos limites, e o recuo na recuperação do meio ambiente já parece para muitos estudiosos e críticos, um esforço impraticável. O que é explicado pela lei de conservação da matéria e energia, ou primeira lei da termodinâmica, na qual, “nada se perde, nada se cria”, isto é, a matéria e energia não podem ser criadas nem destruídas, apenas convertidas em suas formas possíveis, ou seja, organizadas diferentemente em produtos ou mercadorias que logo após ao seu consumo, se tornarão lixo ou poluição, no lugar dos recursos naturais (matéria desorganizada novamente).
A incorporação principal, a despeito do desenvolvimento dos modelos neoclássicos de equilíbrio geral com a incorporação do princípio da conservação, se deu por meio de modelos de “insumo-produto” (input-output), originalmente desenvolvido por Wassily Leontief (1951), a partir do qual se permitem caracterizar encadeamentos internos à economia, em unidades físicas, por coeficientes técnicos de produção. O que suscitou incorporar devidamente o princípio da conservação e suas consequências: o sistema econômico sem entrada ou saída de matéria e energia, o crescimento econômico conduz necessariamente a um aumento da entropização, ou seja, na exaustão de recursos e produção indiscriminada de resíduos. Alguns modelos que se destacaram são os de Daly (1968), Georgescu-Roegen (1983, Ayres (1978), e Constanza (1994).
A reificação do bem ambiental: a precificação da água
A natureza não tem recursos ilimitados[7], a exigência de recursos produtivos (energia) e de riquezas cada vez mais em quantidades maiores e de fácil exploração, sejam renováveis ou não-renováveis, a partir das necessidades das economias desenvolvidas mostram que o planeta já chegou ao seu limite (ainda que seja considerada uma previsão, alguns cientistas estimam ter ultrapassado em quase 30%[8] dessa “fronteira da vida”), pois, os países em desenvolvimento nunca poderiam chegar ao mesmo nível de consumo desses recursos dos países do primeiro mundo, e caso chegassem seriam necessários mais cinco planetas iguais para esse nível de satisfação de consumo[9], “fruto de moldes educativos e comunicacionais que reafirmam este ethos capitalista”.  Conforme citações e dados de Lima Santin (2006):
Atualmente, 83% do Planeta é ocupado pelo homem e a depredação do ecossistema já supera em 20% sua capacidade de regeneração. Em outras palavras, pode-se dizer que o mundo consome mais recursos naturais do que a própria capacidade de regeneração (Boff, 2003).
Quando a utilização de recursos naturais ultrapassa o limite de regeneração dos mesmos tem-se o overshoot, que implica em crescimento econômico mediante a depleção do florestamento expandiu em ritmo inferior ao desmatamento, implicando em maiores perdas florestais. A Europa foi o único continente que apresentou aumento de área, incrementando sua extensão florestal em algo próximo a um milhão de hectares plantados. capital natural e comprometimento da manutenção da vida futura. O overshoot refere-se ao estágio em que o meio ambiente não mais consegue se regenerar e prover recursos futuros (CIDIM; Silva, 2004). Este ponto foi atingido no início da década de 1980, quando as atividades humanas excederam a capacidade da biosfera (WWF, 2004).
Neste contexto, é pertinente explicitar que o uso de tecnologias avançadas, por si só, não garante uma menor degradação ambiental. Este pensamento vai contra o pensamento econômico ambiental, que segue o mainstream neoclássico.
A economia ambiental neoclássica trabalha com o axioma de que o capital, o trabalho e os recursos naturais são substitutos perfeitos entre si, quando em uma função de produção. Segundo tal teoria, os limites impostos pela degradação ambiental quanto à utilização de recursos naturais seriam totalmente compensados pelo uso de tecnologia. Assim, a degradação ambiental é tida apenas como uma restrição relativa à produção e não como absoluta, uma vez que com o uso de determinada tecnologia permitir-se-ia a utilização de recursos substitutos, de acordo com a escassez dos atualmente utilizados, havendo a possibilidade de substituição de recursos. Esta concepção é denominada de sustentabilidade fraca e o ponto de discordância que mais aflora é justamente o não reconhecimento de características peculiares a cada recurso natural, o que impossibilitaria a migração e a substituição do uso entre os mesmos (Cánepa, 2003).
Como contraponto à teoria econômica ambiental neoclássica surgiu a economia ecológica, que estrutura seu pensamento com base em conceitos tomados da física. Estes derivaram mais precisamente da termodinâmica, como o conceito de entropia; este conceito, interpretado sob a ótica econômica, refere-se ao fato de que o processo produtivo implica na utilização e na transformação de energia. Ao ser transformada a energia passa de uma forma organizada para outra desorganizada, conhecida por energia térmica. O processo excessivo de transformação energética resulta em escassez absoluta (Loyola, 2001). Aqui, não mais se considera a perfeita substituibilidade entre os fatores de produção, sendo a tecnologia e os recursos naturais fatores complementares em um processo produtivo sustentável. Esta visão é denominada de sustentabilidade forte, em oposição à sustentabilidade fraca (Romeiro, 2003).
Tomando como princípio a noção de sustentabilidade forte, pode-se afirmar que os padrões de desenvolvimento atual, de caráter estritamente degradante, não são sustentáveis no longo prazo, haja vista as vulnerabilidades ambientais. A continuidade do ritmo de degradação atual implicará em um fator restritivo ao desenvolvimento econômico, principalmente nos países que ainda possuem reservas ambientais.
A Educação[10], os instrumentos econômicos e normativos se mostraram insuficientes para uma solução dos conflitos e a valoração econômica dos recursos hídricos pondo uma dúvida quanto a uma adequação do bem ambiental aos fundamentos econômicos do mercado. Conforme Pelizzoli[11], “A Educação, enquanto refletente do processo civilizatório impregnado pela filosofia do desenvolvimentismo, da competição, busca da emancipação individualista, mas, massificante, e a noção de progresso a todo custo, foi e está, com tudo isto, impregnada de antivalores, de uma visão antiecológica de mundo. Num contexto cooptado, tendeu à formação de elementos para uma (des)socialização privatista, para a apropriação e acumulação de bens e poderes como sentido maior do ser humano, na esteira do processo de produtividade tecnoeconômica”.
Há os que defendem que os efeitos benéficos sobre o ambiente podem ser resultantes do livre mercado, desde que haja uma consciência ambiental dos indivíduos; este é um pressuposto da chamada “economia verde”:
A substituição de capital natural pelo capital tecnológico e humano é possível, mas existem limites. Por exemplo, existem limites máximos para a capacidade do ambiente assimilar resíduos produzidos pelas atividades humanas. O capital natural deve ser mantido em um estoque mínimo abaixo do qual ele se torna crítico para manter a sustentabilidade. Esse posicionamento introduz a noção de Padrão Mínimo de Segurança (PMS).
De acordo com TURNER (1993), "dada a irreversibilidade e a incerteza sobre os impactos da atividade econômica sobre o funcionamento dos ecossistemas, o PMS estabelece uma linha divisória, socialmente negociada, entre os imperativos morais da sustentabilidade e a livre transação de recursos. Para satisfazer o contrato social intergeracional, a geração atual deve antecipadamente restringir (dependendo dos custos de oportunidade sociais envolvidos) ações que possam resultar em impactos adversos além de certos níveis de custo e irreversibilidade". Ou seja, sem negar a possibilidade de intercâmbio entre os três tipos mencionados de capital, é argumentado que existirão limites que deverão ser impostos por negociação social, levando em conta os interesses das futuras gerações, a irreversibilidade de certas conseqüências e a incerteza sobre certos impactos ambientais.
O valor do ambiente é avaliado por sua utilidade para o ser humano, mas devem ser consideradas as falhas do livre mercado na promoção da equidade na geração contemporânea, ou seja, as diferenças de bem-estar entre pobres e ricos, e os compromissos com as futuras gerações. Portanto, assume-se sempre uma perspectiva humana nas questões de valoração e, por isto, tal posicionamento é denominado de antropocêntrico. Posicionamento mais estrito de sustentabilidade nota a dificuldade inerente da quantificação, nos mesmos termos, dos capitais natural, humano, tecnológico e moral/cultural, o que dificultaria atingir-se um quantitativo ideal para o estoque global. Além disto, existe a possibilidade de subestimativa do valor primário do ecossistema, definido como o serviço agregado de suporte à vida prestado pelo ambiente, que deve preponderar sobre o valor secundário, relacionado às funções e serviços prestados ao ser humano. Isso levaria ao risco de que a diminuição do capital natural resultaria no comprometimento gradual dos processos e funções que suportam a diversidade biológica, aumentando a vulnerabilidade, pela redução da estabilidade e da resiliência ambientais, a futuros choques e stress. Devido a isto, o capital natural, Kn, deveria ser mantido constante por que, pelo menos parcialmente, ele é insubstituível. A escala de desenvolvimento não deveria declinar, mas tampouco aumentar, e o aumento populacional também deveria ser zerado, de forma a poder ser atingida a economia de estado estacionário.
A hipótese Gaia, com suas implicações é aceita por esta corrente. De acordo com ela, a vida e o ambiente terrestre são partes de um mesmo sistema auto-regulador e reparador, no sentido de que atividades humanas que afetem perigosamente o equilíbrio ambiental poderiam ser acomodadas pelo próprio sistema. Entretanto, esta capacidade garante apenas a sobrevivência deste sistema e não o de todas suas formas de vida, inclusive a humana. Logo, há necessidade de uma visão sistêmica do ambiente, cuja noção inclui o homem, e a imposição de padrões ambientais normativos para espécies e processos relevantes, bem como de áreas de conservação ambiental e práticas adequadas de disposição de resíduos no ambiente. Devido a tais características esta posição é denominada ecocêntrica.
A posição mais radical quanto aos limites ambientais baseia-se também na hipótese Gaia e sustenta adicionalmente que o efeito-estufa, a depleção da camada de ozônio e as chuvas ácidas indicam que a humanidade já ultrapassou uma linha divisória prudente para a escala de desenvolvimento. Isso requer uma economia baseada em limites termodinâmicos, com mínima taxa de fluxo de matéria e energia ingressando e saindo do sistema econômico. A escala de crescimento econômico deveria ser reduzida bem como a população. Seus seguidores não entendem que isto levará à diminuição do desenvolvimento, entendido de forma ampla, pois as preferências sociais, os valores comunitários e as obrigações com as futuras gerações poderão encontrar ampla expressão, contribuindo para o aumento do capital moral e cultural Kc. Sob o ponto de vista ético, esse posicionamento sustenta a validade de interesses e direitos não-humanos, abrangendo animais, plantas e ecossistemas, pois eles podem ser inerentemente valiosos (valor intrínseco). Esse posicionamento é também ecocêntrico.[12]
A dinâmica econômica e a racionalidade ambiental
A busca de uma racionalidade ambiental tem como objetivo detectar aqueles elementos que possam se constituir em base de uma estratégia produtiva alternativa, onde a natureza se integre à lógica produtiva. Essa preocupação não é nova, pelo contrário, talvez seja a constante desde as investidas de “fusão” da economia com a ecologia. O que vai mudando é a ênfase, cada vez maior, nos aspectos culturais e participativos.
A racionalidade ambiental caracterizar-se-ia pela reunião de três aspectos. a) desde uma perspectiva técnica, a procura de uma eco-tecnologia, baseada nos ritmos e ciclos ecológicos. O exemplo que melhor ilustra isso seria, segundo Leff (2006), a agro-ecologia (Altieri, 1999). b) desde uma perspectiva humanista, uma produção destinada à satisfação das necessidades básicas, a qual seria contrária a lógica do mercado. c) o aspecto mais importante a ressaltar, uma racionalidade social diferente da mercantil-produtivista.
Essa nova racionalidade deveria basear-se numa reapropriação social da natureza a partir de formas de democracia participativa direta — não a tradicional democracia representativa. Por sua vez, essa gestão direta dos recursos naturais estaria baseada em práticas tradicionais resultantes das cosmovisões e culturas que têm um comportamento mais harmônico (sustentável) com a natureza.
Se alguma coisa une esses aspectos é o "localismo", a preocupação de que a economia se regule segundo as necessidades, as possibilidades e a participação local. Embora essa idéia não esteja suficientemente desenvolvida por Leff, devemos considerá-la bastante próxima da proposta sintetizada na palavra inglesa "localization".
O eixo estaria dado pela idéia central das comunidades, das regiões e das nações — nessa ordem, do menor ao maior — lograrem recuperar o controle sobre a economia. A prioridade seria a auto-suficiência. Tudo o que pode ser produzido no local deve sê-lo. Quando não houver condições locais, o regional tem prioridade, depois o nacional e, em última instância, o internacional.
O mercado, na crítica da lógica de mercado é a causa principal da insustentabilidade, mas não fica claro como a nova racionalidade ambiental vai se relacionar com o mercado. Leff não é nenhum partidário da ecologia radical, nem está pensando numa "volta atrás" na história. Então, como a participação social, o resgate das culturas tradicionais, a eco-tecnologia vão se desenvolver num mundo onde o mercado regula a produção? Leff acha que essa nova racionalidade ambiental vai além da alternativa dos economistas ambientais (neoclássicos) para quem os problemas ambientais se resolvem outorgando preços à natureza. É crítico, inclusive, do ecologismo, no sentido de guiar a economia segundo os princípios da ecologia. Ele fala da socialização da Natureza e de um manejo comunitário dos recursos baseados, isso tudo, em princípios de diversidade ecológica e cultural. Assim, ele escreve:
"[...] a democracia e a equidade redefinem-se no campo da sustentabilidade em termos dos direitos de propriedade e de acesso aos recursos, ou seja, das condições culturais e políticas de reapropriação do ambiente" (LEFF: 210).
Socialização da natureza, reapropriação do ambiente, levam a pensar numa ordem na qual a propriedade privada e o mercado sejam marginais ou, pelo menos, governados por outras leis sociais. Como tudo isso vai se levantar como uma alternativa à globalização, à economia corporativa mundial, à lógica do mercado? São todas perguntas de difícil resposta.
E o que resulta ainda mais preocupante é pensar que dentro dessas novas formas de organização participativa, democráticas, auto-gestionárias, não vão surgir contradições e diferenciações internas derivadas da lógica do mercado.


[1] ARENDT, op. cit., p.150).
[2] “A fabricação, que é o trabalho do homo faber, consiste em reificação. A solidez, inerente a todas as coisas, até mesmo às mais frágeis, resulta do material que foi trabalhado; mas esse mesmo material não é simplesmente dado e disponível, como os frutos do campo e das árvores, que podemos colher ou deixar em paz sem que com isso alteremos o reino da natureza. O material já é um produto das mãos humanas que o retiraram de sua natural localização, seja matando um processo vital, como no caso da árvore que tem que ser destruída para que se obtenha a madeira [...] O trabalho de fabricação propriamente dito é orientado por um modelo segundo o qual se constrói o objeto” (ARENDT: 2001, p.152-153).
[3] Protágoras “iniciou uma de suas obras com as seguintes palavras: ‘O homem é a medida de todas as coisas, das coisas que são que elas são, das coisas que não são que elas são’”. (LAERTIOS, 1977, p.264). Essa visão humanista foi retomada intensamente no Iluminismo, neste sentido, vale a pena lembrar o que disse o ‘primeiro dos modernos e o último dos antigos’, Bacon, que: “Se procuramos as causas finais, o homem pode ser visto como o centro do mundo, de tal forma que se o homem fosse retirado do mundo todo o resto pareceria extraviado”.
[4] NOBRE, Marcos; AMAZONAS, Maurício de Carvalho (orgs.). Desenvolvimento Sustentável: a institucionalização de um conceito. Brasília: IBAMA, 2002.
[5] DUPUY, Jean-Pierre. Introdução á crítica da ecologia política. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1980.
[6] DUPUY, Jean-Pierre. Op. cit., p.18.
[7] “O que as pesquisas socioambientais ou ecológicas mostram ao mundo hoje são dados altamente sintomáticos: para que todos tenham um padrão de vida como o europeu, seria necessário 23 vezes mais energia, 10 vezes mais produção de combustíveis fósseis, 90 vezes mais riquezas minerais, duas vezes a quantidade de terra agricultável – ou seja, outro planeta Terra, outra camada de ozônio, outra atmosfera!”. (PELIZZOLI, op. cit., p.96).
[8] DALY, Herman E. Beyond Growth: The economics of sustainable development. Boston: Beacon, 1996, p. 1-23.
[9] “[...] a descontextualização política, a desarticulação do discurso com a prática, o utilitarismo, a incompreensão das interações com o meio ambiente, os quais se ligam ao habitus da sociedade de cosumo,...” (PELIZZOLI, op. cit., 2003).
[10] A criação cientifica e a inovação tecnológica não se convertem em novos princípios determinantes do desenvolvimento sustentável nem fundam uma ética do conhecimento capaz de dirimir e solucionar os conflitos em torno da apropriação produtiva da natureza. O que foi dito anteriormente implica a necessidade de pensar e de construir uma nova racionalidade produtiva sustentada pelos princípios da entropia e da complexidade ambiental, integrando as formações ideológicas, a produção cientifica, os saberes pessoais e coletivos, os significados culturais e as condições ‘reais’ da sustentabilidade ecológica. A economia fundada no tempo de trabalho foi substituída pela economia baseada no poder do conhecimento científico como meio de produção e instrumento de apropriação da natureza”. (LEFF, op. cit., p. 60-61).
[11] PELIZZOLI, M. L. Correntes da ética ambiental. 2a. ed., Petrópolis, Vozes, 2004.
[12] LANNA, A. E. Economia dos Recursos Hídricos. Programa de Pós-Graduação em Recursos Hídricos e Saneamento Ambiental – IPH/UFRGS, 2000.

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