Los déficits importan, pero no de la manera que se cree: apostilla al debate Galbraith/Krugman |
Randall Wray · · · · · |
25/07/10 |
En los últimos meses, una especie de histeria de masas ha llegado a embargar al país, a medida que el miedo a unos déficits presupuestarios "insostenibles" ha venido a suceder a la preocupación suscitada por la crisis financiera, por la pérdida del empleo y por el desplome de los precios de las viviendas. Lo que resulta más perturbador es que ese cambio de foco llega precisamente en el momento en que los paquetes de estímulos públicos van decayendo y sus beneficios temporales se diluyen para la opinión pública. Y lo que es peor: la economía se halla verosímilmente a años luz de una plena recuperación. Es verdad que al menos parte de esa histeria ha sido fabricada por la campaña de relaciones públicas munificentemente financiada por el [multimillonario ] Pete Peterson y encabezada por la Comisión Nacional de Responsabilidad y Reforma Fiscal del presidente Obama, un grupo supuestamente compuesto por miembros de todo el espectro político, pero todos comprometidos con la idea de que la actual situación fiscal coloca a la nación en una senda de ruinoso endeudamiento. Pero lo cierto es que incluso palomas del déficit como Paul Krugman, partidarios ahora mismo de mayores estímulos públicos, se muestran temerosos de futuros "déficits estructurales". Insisten en que, aunque no necesitamos en equilibrar los presupuestos en el presente, tendremos que poner la "casa fiscal" en orden cuando se recupere la economía. Hay una punto de vista alternativo propuesto por los economistas partidarios de lo que ha venido en llamarse la "Nueva Teoría Monetaria", unánimes a la hora de subrayar la radical diferencia existente entre un Estado soberano emisor de moneda y los usuarios de moneda (hogares, empresas y Estados no soberanos). (Véase AQUÍ.) Insisten en que nociones "sostenibilidad fiscal" o "solvencia" no resultan aplicables a un Estado soberano, que no puede ser forzado a una quiebra involuntaria por deudas denominadas en su propia moneda. Un Estado soberano gasta o bien a partir de cuentas bancarias de crédito o bien emitiendo papel moneda. Nunca se le cerrará el acceso que tiene a las cuentas bancarias de crédito, y mientras disponga de papel y de tinta, podrá seguir imprimiendo papel moneda. Este enunciado, o eso al menos nos atrevemos a creer, es un aserto tan sencillo, que debería estar completamente fuera de discusión. No se trata de una propuesta política; es una descripción precisa del proceso de gasto empleado por todos los Estados soberanos que emiten moneda. Y sin embargo, hay al respecto un sinnúmero de ideas confundidas –y confundentes— en circulación, que merecen ser debatidas y aclaradas. Muchos –a menudo, economistas procedentes de la escuela austríaca— interpretan este sencillo aserto como una especie de complot leninista para destruir la moneda nacional, con helicópteros negros lanzando un infinito suministro de sacos de dinero por todo el planeta. Lo que suele acompañarse de una diatriba contra los peligros de la moneda fiduciaria y el consiguiente llamamiento a volver al "dinero sensato", fundado en el metal amarillo. Otros, en cambio, sugieren que lo que buscamos es el incremento de las dimensiones del Estado, hasta que se complete el conocido plan de Obama de engullir a la economía toda. Casi todas las críticas se aferran a las lecciones que habría que sacar de la Alemania de Weimar y de Zimbabue. La más extraña entre esas críticas es la que sostiene que. los partidarios de la Nueva Teoría Monetaria sostenemos que "los déficits no importan". En un intercambio reciente desarrollado en las páginas del New York Times, Paul Krugman lo planteó del siguiente modo: "Pero aquí está la cosa: hay una escuela de pensamiento que dice que los déficits nunca son un problema, mientras un país puede emitir su propia moneda". En esta pieza, Krugman llama a capítulo a Jaime Galbraith por sostener que ni la "insolvencia, ni la quiebra, ni siquiera unos tipos más elevados de interés, son riesgos a los que en el presente tenga que enfrentarse un Estado soberano". No entraré en los detalles, pero Krugman construye un modelo sencillo en el que déficits presupuestarios cada vez más grandes generan precios cada vez más altos. [Para ver [la versión castellana] del intercambio entre Krugman y Galbraith, pulse KRUGMAN yGALBRAITH Lo cierto es que los partidarios de la Nueva Teoría Monetaria nunca han dicho que "los déficits no son un problema". Lo que sostenemos es que un Estado soberano no puede ser forzado a una quiebra involuntaria. Nunca hemos dicho que las monedas soberanas estén libres de inflación. Nunca he hemos dicho que las monedas en régimen de tasa de cambio flotante estén libres de fluctuaciones de esa tasa; siempre hemos dicho que si los gobiernos tratan de incrementar el gasto por encima del pleno empleo, eso resultará inflacionario; también hemos explorado vías, a través de las cuales los gobiernos podrían provocar inflación incluso antes de llegarse al pleno empleo. Siempre hemos abogado por unas tasas de cambio flotantes en las que, bueno, las tasas de cambio "flotan". Aunque hemos rechazado toda relación simple entre los déficits presupuestarios y la depreciación de la tasa de cambio, hemos admitido que la depreciación de la moneda es uno de los posibles resultados del empleo de políticas públicas encaminadas a estimular la economía. Uno de los escenarios favoritos de los críticos es el del déficit público que, más y más crecido, termina por causar un incremento continuo de la razón entre la deuda pública y el PIB. A medida que los pagos de intereses por la deuda contraída crecen, los Estados se enfrentan a un círculo vicioso de déficits crecientes, más deuda, más servicio de intereses, tasas más elevadas de interés y déficits ulteriormente crecientes. Nuestra réplica tiene dos componentes. Primero: vale; aceptemos esta prensa. ¿Será el Estado capaz de hacer frente a todos los pagos (incluidos los intereses pagados por la deuda) en el momento de su vencimiento? La respuesta es, evidentemente: "sí, mediante cuentas bancarias de crédito". La insolvencia no es posible cuando lo que uno gasta denpende simplemente de apretar una tecla. Entonces el crítico cambia rápidamente de tercio: ¡Weimar! ¡Zimbabue! ¡Vas a destruir la moneda! De acuerdo, pero era vuestro escenario, no el mío. Y aun en tu escenario, el peor de los posibles, el Estado no puede ser forzado a la quiebra. En cambio, Krugman sostiene que "el gobierno podría decidir que la quiebra es mejor opción que la hiperinflación". En otras palabras: Krugman da una larga cambiada hacia la política –el gobierno "decide" quebrar—, porque la teoría económica no le ofrece el resultado que él quiere. Segundo: vuestro escenario es harto implausible. A medida que crecen los déficits presupuestarios, crecen también los ingresos (puesto que el gasto público es mayor que la recaudación fiscal, añade ingreso neto al sector no público) y la riqueza (los ahorros no públicos acumulados en forma de deuda pública) del sector no público. Al final, eso causa el crecimiento del gasto privado y de la producción. A medida que se calienta la economía, la recaudación fiscal comienza a crecer más rápidamente que el gasto público o que el PIB. (En los dos últimos ciclos registrados en los EEUU, en la fase expansiva la recaudación fiscal federal creció dos veces más rápido que el PIB y que el gasto público.) Eso reduce el déficit público (¿se acuerdan ustedes de los excedentes presupuestarios durante el auge económico de Clinton?) Aun si el gasto público se redujera al servicio de los intereses (en el modelo construido por Krugman, el déficit es generado por el pago de intereses), también generaría ingreso y gasto no publico. En otras palabras, el auge del ciclo económico reducirá automáticamente el déficit presupuestario. El escenario construido por nuestros críticos ignora simplemente los "estabilizadores automáticos", causantes de la oscilación contracíclica del déficit. ¿Y qué pasa, si la economía choca con una restricción de pleno empleo, pero el gobierno se enterquece en seguir gastando, disparando los precios hacia la hiperinflación? Aun cuando los ingresos y, por tanto, la recaudación fiscal crezcan, el gasto público siempre irá un paso por delante. Éste es el escenario krugmaniano de "inflación infinita". Vale. Nosotros nunca dijimos que un Estado soberano adoptará necesariamente una buena política económica. La última vez que los EEUU se acercaron a una situación parecida fue en la economía saturada con sobreempleo de la II Guerra Mundial. En vez de exigir recursos al sector privado, el gobierno tomó el partido de los controles de precios, del racionamiento y de los ahorros patrióticos. De este modo, mantuvo baja la inflación, llevó el déficit público a un nivel del 25% del PIB y cargó a los bancos y a las familias con sana deuda soberana. Dicho sea de pasada: el padre de Jamie Galbraith, John Kenneth Galbraith, fue entonces el comandante supremo de la batalla nacional contra la inflación. Luego de la Guerra, la capacidad de gasto privado estaba sin traba, el PIB creció relativamente rápido y los tipos de la deuda pública cayeron, no porque se retirara deuda, sino porque el denominador del quebrado –el PIB— creció más rápidamente que el numerador –la deuda; véase AQUÍ—). En otras palabras, Galbraith padre se sirvió de una política racionalmente concebida para evitar el destino de Zimbaue. No entiendo por qué Krugman prefiere creer que nuestros políticos elegirían la hiperinflación, en vez de una política más racional. Si hay algo que los políticos de las naciones desarrolladas del período de postguerra odian es una inflación galopante. Dicho de otra manera: la opción política no será la de decidir entre la hiperinflación y la quiebra, sino la de usar racionalmente una política antiinflacionaria en caso de que se necesite prevenir la hiperinflación. Si podemos ir más allá de los miedos a la insolvencia nacional, entonces se nos ofrecerán muchos asuntos sobre los que valdrá la pena discutir fructíferamente. Aunque la inflación no será un problema por muchos años, las presiones sobre los precios podrían volver algún día. Los problemas que entraña la inestabilidad de la tasa de cambio son importantes, al menos para algunas naciones. El desempleo es un problema crónico, incluso en la fase culminante del ciclo económico. El envejecimiento plantea cuestiones muy serias sobre la asignación de recursos, especialmente en materia de asistencia sanitaria. La pobreza y la falta de techo se dan en medio de una relativa abundancia. Limitarse a reconocer que nuestro Estado soberano no puede quebrar no resuelve todos los problemas, pero hace más fácil resolverlos. Podemos necesitar más gasto público, y, sí, incluso incurrir en déficits presupuestarios, para atacar esos problemas. Así pues, en resolución, sí, los déficits importan, pero no para la solvencia. L. Randall Wray es uno de los analistas económicos más respetados de Estados Unidos. Colabora con el proyecto newdeal 2.0 y escribe regularmente en New Economic Perspectives. Profesor de economía en la University of Missouri-Kansas City e investigador en el "Center for Full Employment and Price Stability". Ha sido presidente de la Association for Institutionalist Thought (AFIT) y ha formado parte del comité de dirección de la Association for Evolutionary Economics (AFEE). Randall Wray ha trabajado durante mucho tiempo en el análisis de problemas de política monetaria, macroeconomía y políticas de pleno empleo. Es autor de Understanding Modern Money: The Key to Full Employment and Price Stability (Elgar, 1998) y Money and Credit in Capitalist Economies (Elgar 1990). Fonte: Revista Sin Permiso |
sexta-feira, julho 30, 2010
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